Causas del síndrome piramidal: ¿Qué origina esta dolorosa compresión del nervio ciático?
El síndrome piramidal es una patología musculoesquelética que aparece cuando el músculo piriforme, situado en la pelvis, comprime o irrita el nervio ciático. Pero, ¿por qué ocurre esto? La mayoría de las personas cree que se debe solo al sobreuso físico o a lesiones deportivas, cuando en realidad las causas suelen ser más complejas y variadas.
Desde la postura que adoptas al trabajar o sentarte, hasta cómo respiras, cómo te mueves o incluso cómo gestionas el estrés, todo influye en la tensión de este pequeño músculo profundo que tiene una gran función: estabilizar la pelvis y permitir la rotación de la cadera.
Cuando hay un desequilibrio muscular, una falta de movilidad, una disfunción visceral o una alteración en la mecánica de la marcha, el piriforme puede sobrecargarse, acortarse o inflamarse. Esto provoca un atrapamiento del nervio ciático que genera ese dolor característico que baja desde el glúteo hacia la pierna. Comprender qué lo está causando en tu caso es la única forma de aplicar un tratamiento efectivo y duradero.

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Principales causas del síndrome piramidal: Sedentarismo y mala postura
Pasar muchas horas sentado, con la pelvis mal alineada o sin cambiar de postura, es una de las causas más comunes del síndrome piramidal, especialmente en personas que no realizan actividad física o tienen un trabajo de oficina. El músculo piriforme, al estar en tensión constante por la presión del peso corporal y la falta de movimiento, pierde su capacidad de relajarse, se vuelve rígido y empieza a comprimir el nervio ciático.
Este patrón es aún más evidente cuando se combina con una mala ergonomía: sillas sin soporte lumbar, cruzar las piernas constantemente o llevar la cartera en el bolsillo trasero (lo que genera inclinación pélvica). Además, el sedentarismo favorece la debilidad de otros músculos estabilizadores de la pelvis, como los glúteos o el transverso abdominal, lo que obliga al piriforme a trabajar más de lo que debería.
Si te duele el glúteo después de estar sentado un rato, o si sientes alivio al caminar o estirarte, es muy probable que tu problema tenga un origen postural y funcional, más que estructural. Cambiar pequeños hábitos diarios puede marcar una gran diferencia.
Desequilibrios musculares en la pelvis: la tensión no siempre viene del mismo lugar
El músculo piriforme no trabaja solo. Forma parte de una compleja red de músculos profundos y superficiales que estabilizan la cadera y permiten el movimiento correcto de las piernas y la columna. Cuando existe un desequilibrio entre estos músculos —por ejemplo, si los glúteos están inhibidos o si los aductores trabajan en exceso— el piriforme puede verse obligado a asumir funciones que no le corresponden.
Esto genera una sobrecarga funcional que, con el tiempo, acaba irritando al nervio ciático. Es común ver este síndrome en personas con un patrón de marcha alterado, con una pierna más funcionalmente corta, o con alteraciones en el apoyo del pie (pronación excesiva o pie rígido).
Corregir estos desequilibrios no es sencillo, pero es esencial si se quiere evitar que el síndrome piramidal se vuelva crónico. No basta con estirar el músculo: hay que reeducar la función completa de la pelvis y la cadena posterior. Solo así se resuelve el origen del problema.
Factores emocionales y estrés sostenido: el dolor también nace del sistema nervioso
Aunque a simple vista pueda parecer una patología puramente física, el síndrome piramidal también puede estar influido por el estado emocional y el nivel de estrés de la persona. El estrés crónico activa el sistema nervioso simpático, aumenta el tono muscular general y altera los patrones respiratorios y posturales. En otras palabras: cuando estamos tensos, también lo está nuestro cuerpo.
El piriforme, por su ubicación profunda y relación con el suelo pélvico, el sacro y el sistema nervioso autónomo, es especialmente sensible a estos estados. Muchas personas que padecen este síndrome lo describen como un dolor que aparece «sin haber hecho nada», pero que coincide con etapas de presión emocional, sobrecarga mental o falta de descanso.
Aprender a identificar este componente y trabajar el manejo del estrés, la respiración diafragmática y la consciencia corporal puede ser clave para que el tratamiento funcione. El cuerpo no separa lo físico de lo emocional, y el músculo piramidal tampoco.
Traumatismos, deporte excesivo y gestos repetitivos: causas mecánicas del síndrome piramidal
En algunos casos, el síndrome piramidal aparece tras una lesión directa: una caída sobre el glúteo, un mal gesto al levantar peso o un movimiento explosivo sin calentamiento adecuado. También puede desarrollarse por deporte excesivo o mal planificado, especialmente en actividades que requieren rotación externa de cadera como running, ciclismo o fútbol.
El exceso de carga sin una preparación adecuada genera microtraumatismos y sobreuso del piriforme. Si no se respeta el descanso o no se realiza una buena recuperación muscular, el músculo se vuelve rígido, pierde elasticidad y comienza a comprimir el nervio ciático.
Este tipo de causa es más común en personas jóvenes, activas o deportistas. En estos casos, el tratamiento debe incluir reposo relativo, recuperación activa, ejercicios específicos y técnicas de descarga, además de una evaluación del gesto deportivo. Evitar que se cronifique es posible si se actúa a tiempo y con una mirada global.


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